Me gusta el cine español. Hay quien me pone cara rara cuando hago esta afirmación, limitando esta clase de cine a las cuatro de Torrente (con su "maravilloso" 3D incluído) y a Almodóvar, sobre todo al Almodóvar de la movida. Pero vamos, que todo tiene su público, y quién soy yo para juzgar, cuando me he tragado cada bodrio...
En general no soy muy fan de Almodóvar, me suele gustar otro tipo de cine menos... ¿cómo decirlo? ¿"farandulesco"? Esta vez, en cambio, vengo con una película que acabó con todos mis prejuicios contra el director manchego. Volver me emocionó y me sorprendió. Disfruté con sus colores y con las actuaciones (dejando a un lado el momento en que, sin sentido alguno, Penélope Cruz adquiere acento andaluz), y por supuesto su comida. Una comida tan de pueblo como las protagonistas, con un olor a la tierra de Don Quijote que traspasa la pantalla. Los manchegos saben comer, sin "tontunas" de calorías.
Ingredientes:
- 1 taza de aceite (yo usé de oliva)
- 3 naranjas
- 1 taza de vino blanco
- 1kg de harina
- Aceite para freír (aquí también usé de oliva)
- Azúcar
- Una ramita de canela
- Cañas
Esta receta está basada en la que podéis encontrar en el blog Cocina con Paco, un manchego que sabe de lo que habla. Como siempre, la hice un poco a mi manera. Básicamente, le quité el anís, que me echa un poco para atrás, y le eché más zumo para compensar. También le añadí un toque de canela.
Para empezar, lo más importante es que os hagáis con unas cañas, yo usé unas que había comprado para hacer de guía en el jardín (de esas que son tipo bambú). Hay que cortarlas de manera que queden lo más rectas posible, es decir, evitando los nudos naturales de las cañas, si no, la pasta una vez frita no saldrá nunca.
Antes de usarlas hay que freírlas en abundante aceite, para que pierdan su sabor a planta, hasta que queden doraditas (cuidado con no pasarse, o los barquillos sabrán a quemado).
A la vez, ponemos a freir una taza de aceite con la ramita de canela y la piel de una naranja. Cuando humee lo retiramos y esperamos a que se enfríe. Después, lo juntamos en un bol con una taza de vino y el zumo de las naranjas (que debería ser aproximadamente otra taza). Poco a poco, vamos agregando harina hasta que la masa deje de pegarse en los dedos y podamos trabajarla (en mi caso necesité alrededor de 700gr, pero todo depende del tamaño de la taza que estéis usando como medida). El resto de la harina la reservamos para tamizar la superficie sobre la que vamos a trabajar.
Una vez lista la masa, la estiramos y la cortamos en tiras. Estas tiras hay que enrollarlas alrededor de las cañas, y luego hacerlas girar con la mano sobre la mesa, para que la caña quede uniformemente cubierta de masa. Truco: dejar al menos un extremo libre para tirar de él después de freír los barquillos.
Después, las cañas se sumergen en abundante aceite bien caliente y se van girando para que se hagan por todos lados, como si fuera una croqueta. Para mi gusto, quedan mejor a fuego muy fuerte, para que se hagan por fuera y por dentro queden más blanditos, pero eso ya queda a elección de cada uno. Con respecto al aceite, usé de oliva extra para tratar de ser lo más fiel posible a la receta original, ya que estoy segura de que las abuelitas de la mancha lo hacen con eso y el de girasol les parece pecado. Pero si no os gusta u os parece demasiado caro, con el de girasol también quedan ricos seguro, y más suaves.
Cuando estén listos, se sacan y se rebozan bien en azúcar. Luego, con la ayuda de papel de cocina para no quemarse, se sacan con cuidado las cañas para poder seguir haciendo más. Los barquillos hechos se dejan sobre papel de cocina para que absorba el aceite. Luego, como seguramente os saldrán alrededor de 30 o más, se guardan en un tupper y ya tenéis vicio para toda la semana.
Si os decidís a ver la peli, seguro que acabáis haciendo esta receta tarareando el tango de Gardel. Volveeeeer...